En el juicio por la causa Harguindeguy
se escucharon desgarradores testimonios de los familiares de los
desaparecidos Solaga y Zalasar. Exigieron al represor Naldo Dasso que
diga qué pasó con ellos.
Alfredo Hoffman
De la Redacción de UNO
Sandra Daniela Zalasar tenía 8 años.
Aquel 26 de mayo de 1976, a las 6.40 de la mañana, abrazó fuerte a
su papá. Hacía mucho frío, Sixto usaba una polera gris y un saco
azul con botones que brillaban. Sandra siempre recordaría ese
brillo. Se metió en la cama con su hermana más pequeña y su mamá,
que estaba embarazada de ocho meses, y su padre salió a esperar el
colectivo que lo iba a llevar, como todos los días, a su trabajo en
el ferrocarril. Pero a los pocos minutos los gritos desgarradores de
Sixto Francisco Zalasar se escucharon desde la calle: “¡Elba, me
llevan para matarme!”. Las tres salieron corriendo y lo vieron
venir esposado, llevado por dos hombres de civil que lo introdujeron
en un 4 L celeste, donde esperaban otros dos, y lo golpearon delante
de ellas, de la mamá de Sixto y de varios vecinos.
La familia vivía en calle Diamante de
Concordia, entre Las Heras y Avellaneda. Sandra permaneció en la
puerta, con la vista clavada en su papá y sosteniendo a su hermanita
de 5 años de la mano. Tenía miedo que esos hombres se la llevaran.
Uno que llevaba un sombrero negro le apuntó con un arma a su mamá,
que con su inmensa panza se aferraba del picaporte de la puerta del
vehículo. Quería abrirla para meterse. Sixto seguía gritando en
medio de una lluvia de golpes. El 4 L arrancó y giró en Avellaneda.
Ella vio que en la otra esquina esperaba un segundo auto. Por eso
intuyó que los secuestradores darían la vuelta por la calle
paralela, Tala, y tomarían por Las Heras. Corrió desesperada hasta
esa esquina, quería llegar a tiempo para pararse delante del
vehículo. Pero no pudo, no llegó. Vio pasar el auto con dirección
al centro y fue la última vez que vio a su papá.
Sandra Zalasar contó ayer por tercera
vez en su vida esta historia, que es el relato del secuestro y
desaparición de su padre desde sus ojos de niña. Fue en el juicio
por la megacausa Harguindeguy, durante la primera audiencia del
capítulo por los crímenes de Concordia durante la última dictadura
cívico-militar. Ella, como los otros familiares de las víctimas que
declararon ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, hizo un ruego a
los represores y a todos aquellos que sepan algo, para que digan qué
pasó con las víctimas del terrorismo de Estado. En el banquillo de
los acusados, el teniente coronel retirado Naldo Miguel Dasso,
permanecía inmutable. A 470 kilómetros de distancia, cómodamente
instalado en la sede porteña del Consejo de la Magistratura, el
exministro del Interior Albano Harguindeguy miraba la pantalla de la
videconferencia con la misma inexpresividad. A 36 años de aquellos
acontecimientos, siguen callando el destino de los desparecidos.
Sixto tenía 27 años, era gremialista
y militaba en la Juventud Peronista. “El sábado van a hacer 36
años que se lo llevaron. Son 36 años de espera. Ruego que me ayuden
a encontrar a mi papá, porque no se puede vivir en la incertidumbre.
Me lo sacaron con vida y quiero que me lo devuelvan. No siente odio
ni rencor, porque el dolor es tan grande que no deja espacio para
otro sentimiento”, relató la hija mayor. Y agregó: “Mi mamá y
mi abuela fueron a hablar con Dasso. Es el apellido que más escuché
en mi vida. Más de una vez pensé en encontrarme con él, en ir a su
casa, y decirle que no lo odio y que por favor me diga dónde está
mi papá”.
Un domingo a la siesta Sandra, que ya
tenía 16 años, quedó sola en la casa. Todos habían ido al
hipódromo. Como hacía habitualmente, se paró en el portón de
entrada mirando para avenida Las Heras, por donde su papá llegaba
cuando regresaba del trabajo. Vio venir a un hombre de campera verde
y anteojos oscuros, que le preguntó: “¿Vos sos Sandra?”. Cuando
ella asíntió, el desconocido murmuró: “Entonces vos debés ser
la hija mayor de Sixto”. Ese hombre le dijo que había estado con
su padre en “un campo de concentración”, donde ambos habían
sido torturados; que él había podido salir, pero Sixto había
quedado ciego y estaba en un buque. Dijo eso y siguió su camino.
Nunca se volvió a saber de él.
Elba Irene Consol, la esposa de Sixto
Zalasar, recordó ayer que su suegra fue a la comisaría segunda y
allí la enviaron a la cuarta, donde dijeron que debían acudir al
Regimiento de la ciudad. Ahí fueron las dos mujeres y les dijeron
que para hablar con Dasso debían pedir una audiencia. Varios meses
después el jefe militar y jefe del Área de Defensa 225 los mandó a
llamar. “Todas las madres dicen lo mismo, pero esto es una guerra y
su hijo anda en cosas raras”, les dijo con la típica soberbia
castrense, pero negó que él lo haya detenido. La búsqueda las
llevó a recorrer dependencias policiales, militares y penitenciarias
de la provincia y el país: fueron a Concepción del Uruguay,
Gualeguaychú, Paraná, Coronda; siempre sin resultados. Inclusive
llevaron el caso ante el juez de Instrucción de Concordia, Oscar
Satalia Méndez, pero tampoco hubo novedades.
Graciela Zalasar, hermana de Sixto, en
su declaración de ayer le pidió al imputado Dasso: “Que se ponga
una mano en el corazón y nos diga si lo mataron y dónde están sus
restos. Mientras no digan qué hicieron con los desaparecidos, nos
siguen castigando”.
Indicios
Elba Consol aportó sobre la escena del
secuestro que al hombre de sombrero negro le decían Morenito y
trabajaba en “la Central” de Policía, en Investigaciones. Una
versión indica que quien manejaba aquel 4L era un vecino de los
Zalasar, que vivía en la misma cuadra, un policía llamado Miguel
Castaño, quien está citado para comparecer hoy como testigo. Según
esta hipótesis, Castaño condujo el auto hasta el puente Alvear, en
el acceso sur a Concordia, donde habría sido traspasado a otro
vehículo. Una hija de Castaño le contó esto a la hermana de
Zalasar.
Otros testimonios que llegaron a la
familia a lo largo de los años indican que estuvo detenido en una
celda de la Jefatatura Departamental de Policía, ubicada frente a la
plaza principal de la ciudad. Uno de esos testimonios provino de un
cocinero de la dependecia, de apellido Hermosid. Graciela Zalasar
dijo que Hermosid luego también fue torturado y que hoy lo ve en
precarias condiciones de vida, durmiendo en las plazas de Concordia.
En una oportunidad, poco después de la
desaparición, un abogado de apellido Palma le dijo a la familia que
estaba en la Departamental y que le podían llevar comida. Al llegar,
les negaron que estuviera allí. Además, según el relato de
Graciela Zalasar, un veterinario de apellido Basso del Pont, para
quien su marido hacía tareas de albañilería, se comunicó con el
subjefe de la Departamental, de apellido Cabrera, quien le dijo que
Sixto estaba en la misma dependencia a disposición de Dasso. El 4 L
celeste en que se llevaron a Sixto, pocos días después del
secuestro fue visto estacionado en la puerta de la comisaría 2ª, en
Nogoyá y Urdinarrain.
En una oportunidad, durante los
primeros años de democracia, se realizó la exhumación de tres
cadáveres del cementerio de Concordia, dos hombres y una mujer. El
entonces intendente de Concordia, Elbio Bordet, acompañó a los
familiares de los desaparecidos. Los huesos fueron enviados a Buenos
Aires para realizárseles estudios, les explicaron, pero nunca más
se supo qué sucedió.
El miedo
Elba recibió amenazas anónimas que
tendían a amedrentarla para que no continuara la búsqueda. Una vez
le dejaron una nota que decía que iban a secuestrar a las niñas. La
llevaron a la Policía Departamental, donde un oficial de apellido
Martínez al que le decían “Conejo” les recibió el escrito sin
darle ninguna importancia. En otra oportunidad alguien llamó al
colegio San José, donde estudiaban las nenas, preguntando a qué
hora entraban y salían las hijas de Zalasar. Las monjas del colegio
llamaron a la familia para advertir de esta situación. Sandra
recordó ayer que a la salida de la escuela las buscaba un tío
–esposo de la hermana de Sixto– y ella imaginaba que era uno de
los que se llevaron a su papá, que en cualquier momento se quitaría
una máscara y las secuestraría también a ellas.
Graciela Zalasar relató que acompañó
a Elba en todos sus partos, y recordó especialmente el nacimiento de
su sobrino José, nueve días después del secuestro, en medio del
terror de aquellos momentos: “Yo me escondía con la criatura abajo
de la cama en el hospital Felipe Heras, porque pensaba que nos iban a
robar al nene”.
El caso Solaga
Luciana Actis
De la Redacción de UNO
La primera testigo de ayer fue María
Estela Solaga de Moreno, hermana del desaparecido Julio Solaga. La
mujer relató las circunstancias en que fue detenido su hermano
menor, la noche del 22 de noviembre de 1976, mientras conversaba con
un vecino, frente a la casa de su madre, ubicada en calle Damián P.
Garat, de la capital del citrus. Ese vecino era George Wilson (ya
fallecido), quien le relató que tres hombres de entre 40 y 50 años,
vestidos de civil, fueron los que detuvieron a Julio. “Se
identificaron como agentes de la Policía Federal. Les pidieron que
se identifiquen, cuando mi hermano dijo su nombre, dos de ellos se le
pusieron a cada lado y lo agarraron de los brazos, el tercero lo
agarró de atrás. Lo hicieron caminar hasta la esquina y lo subieron
a un Renault 12 blanco sin patente”.
Al día siguiente ella y su madre
fueron a radicar la denuncia en la Gendarmería. Desde esa fuerza
“fueron hasta la casa de mi madre, a decir que todavía no tenían
noticias de mi hermano, pero aprovecharon para hacer un allanamiento
encubierto. Revisaron la casa y se llevaron una cajita de fósforos
en la que él había anotado un número de teléfono, un cassette de
música, y unos papeles que estaban sobre la mesa. A cargo de todo
eso estaba el comandante Suárez. Después nos enteramos que nos
estaban investigando a nosotros, preguntandoles a los vecinos sobre
qué clase de familia éramos, cuáles eran nuestras ideas”.
María Estela señaló que su hermano
estudiaba Bioquímica en la ciudad de Santa Fe, donde militaba en la
JP, pero que por problemas económicos, tuvo que regresar a Concordia
cinco años después, a comienzos de 1976. “Buscaba un trabajo, y
mi cuñado, que trabajaba en una aseguradora, consiguió que lo
tomaran como empleado. Tuvo una entrevista y después lo mandaron a
hacerse unos estudios, eso fue los primeros días de noviembre del
76. Yo pensaba que había viajado a Paraná, pero hace poco,
revisando papeles en casa de mi madre, encontré los análisis, y se
había hecho en Rosario. Y empecé a sospechar que fue ahí que lo
marcaron para detenerlo”.
María Estela dijo que el 24 de
noviembre del '76 fueron recibidos por Dasso. “Nos recibió muy
molesto, porque hicimos la denuncia ante la Gendarmería. Nos dijo
que él era Jefe del Área, y que cualquier detención se producía
bajo sus órdenes y su conocimiento. Que él se enteró por los
diarios de que buscábamos a mi hermano, y que mi madre mentía al
decir que se lo llevó gente de la Policía Federal. También dijo
que era seguro que mi hermano estaba en alguna agrupación y que
seguramente fueron sus propios compañeros lo que lo secuestraron. Mi
mamá le creyó, pero yo sospechaba que no podía ser verdad”.
Según los datos aportados por la
mujer, Solaga habría estado detenido primero en el Regimiento de
Concordia, luego fue trasladado a Paraná, a Santa Fe, a Rosario y,
finalmente, a La Plata, donde se perdió todo registro de él. De
este último destino, María Estela tuvo conocimiento a través de un
marino retirado, de apellido Maqueira, quien se desempeñaba como
docente en la ENET Nº1 de Concordia, donde ella también trabajaba.
“Pero no se cómo lo supo él”.
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